Reflejo

Me senté a imaginar. Ahí en ese lugar donde sólo coincido conmigo misma y las hora en constante letargo. Ahí donde guardo los pedazos bastardos, fracasos y alegrías.Quise sentirme de nuevo, saber que aquello que un día aprecie , continuaba ahí entre telas de araña y polvo, en donde nunca quiero escarbar, porque la nostalgia me mata cada vez que la miro directo a los ojos.Pero lo hice, aun tocando la fibra mas dura, comencé a llorar. Me detuve por un momento “tengo miedo”, pensé . Pero era tarde para arrepentirse.
Descubrí que habían cosas que permanecían tal como siempre. Sin embargo, otras estaban diferentes, sucias, roídas por el tiempo y manipuladas por el frió.

Contemplé mis sentimientos acabados…
De mis ojos no salían lagrimas,
No había amor,
Se acababa la esperanza.

Mis manos tiritaban; no de frió, ni de miedo, sino que de angustia.
Y además porque mi orgullo, encogido a mi lado, tapando sus ojos, lo observaba como volvía a llorar como un niño. Y me pedía a gritos, que nos fuéramos los dos a inventar nuestras historias de finales felices, sin tener que volver a convivir con estos sentimientos, que solo nos causaba mas daño. Lo abracé fuertemente, se estremeció en mis brazos, y se dejó caer desnudo al piso, cayendo incluso mas bajo que este. Dolido, intentó ponerse de pie, y dejamos atrás a los demás sueños, sentimientos y esperanzas.
Desde ese entonces caminamos lo más erguidos posible, como para que se note que seguimos ahí, inmutables. Así la gente nos ve, dejando huellas firmes y duraderas, sin importar nada, y sin que le importemos a alguien.

Creo que superamos de a poco nuestra situación, y aprendí a jugar con el teatro aficionado. Nos levantábamos todos los días, y continuábamos con nuestro show, como buenos artistas que actúan en la obra de la vida. Nos lavábamos la cara , recubríamos las ojera y luego poníamos excesivo maquillaje, para que el tiempo no nos tocara.
Salíamos inmunes, fuertes y aguerridos a la calle, riendo embusteramente al hablar con el vendedor de la esquina, para después volver a fabricar conversaciones cotidianas tal como nos habían enseñado.

Pero cada vez que llegaba la noche, mientras él descansaba de su rigidez y yacía calmado entre almohadas. Yo me miraba al espejo, y entonces saludaba a lo que quedaba, y me despedía una y otra vez de lo que no volvería jamás. Me recostaba en mi cama ancha, fracasada una vez mas al lado de mi orgullo y de las mascaras sonrientes que permanecían en el velador, esperando ser usadas al otro día.




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